La visión

Es éste un capitulo crucial para ayudarnos a entender mejor el mundo de las sectas.  Vamos a hablar de la enorme relatividad de la visión que los seres humanos tenemos sobre las cosas.  Cada persona vemos el mundo de forma diferente a los demás, incluso somos capaces de ver la vida de forma diferente según el estado de ánimo que tengamos en ese momento o las circunstancias que nos estén afectando en determinada época de nuestra vida.

Una persona sin empleo puede ver mucho más negro el mundo que otra integrada en el mundo laboral.  Nuestro cerebro sintetiza los datos que recibimos a través de los sentidos según las preferencias culturales y las circunstancias personales de cada cual.  Una sencilla caricia puede ser recibida por una persona temerosa como un intento de agresión, y, por una persona receptiva al cariño, como un gesto de amor.  Tal es la variedad de las formas en que diferentes personas pueden recibir un mismo estímulo a través de los sentidos que se llega a decir, en el caso de la vista, que los ojos no ven, es el cerebro quien realmente ve.

La ciencia sabe que nuestro cerebro recibe los datos que le llegan a través de los sentidos en forma de impulsos eléctricos, como lo hace un ordenador con las señales que le llegan de sus sensores.  En realidad no vemos imágenes ni percibimos olores, ni gustamos sabores; son únicamente impulsos eléctricos los que recibe nuestro cerebro, sentimos diferentes sensaciones porque dichos impulsos de cada sentido son enviados a la zona precisa del cerebro que así lo interpreta.  Si pudiésemos cambiar en el interior del cerebro el nervio de la retina por el del oído, escucharíamos a través de los ojos sonidos cada vez que la luz llegase a la retina, y veríamos flases de luz y colores cuando algún ruido llegara a nuestros oídos.

A modo de ejemplo baste con decir que los colores en realidad no existen, son una creación de nuestra mente.  A través de la retina recibimos una pequeña gama del amplio espectro de radiaciones electromagnéticas, y nuestro caprichoso cerebro se digna a darle un color diferente a cada frecuencia; de esta forma vemos en colores.  Si nuestros cerebros no hicieran eso probablemente veríamos un mundo en blanco y negro, tendríamos una visión menos alegre de como vemos en realidad.  Dada la importancia del color en nuestra vida, este ejemplo nos puede dar la idea de la enorme importancia que tiene la capacidad moldeadora de la visión de nuestra mente, creamos en nuestro interior las características y las circunstancias más importantes que moldean lo que percibimos.

Esto se produce a un nivel general, a un nivel de raza.  El resto de animales ven de forma diferente a nosotros, su espectro de visión no se resume al arco iris.  Cada especie de seres vivos ve la realidad distinta a los demás.  Pero no pensemos que todos nosotros, como seres humanos, vemos el mundo de forma semejante porque pertenecemos a la misma especie de seres vivos y percibimos el mismo espectro de vibraciones electromagnéticas.  Entre cada uno de nosotros existen notables diferencias de percepción que nos hace ver la vida de forma distinta a los demás.

Los impulsos eléctricos que cada sentido envía al cerebro son procesados y sufren un proceso de filtrado.  Todas las imágenes que llegan a la retina son enviadas a la zona del cerebro que procesa los datos del sentido de la vista, allí se codifican y se envían a la corteza cerebral, y es en ésta donde  se produce una selección según las preferencias personales, el interés del momento, o el estado de ánimo; así recibimos una imagen de lo que únicamente queremos ver, el resto, sencillamente, no lo vemos.  Esa es la función del programa cerebral de selección de preferencias.  Si mostramos una imagen compleja a personas diferentes, y después les preguntamos que han visto, sus respuestas serán desiguales.  E igualmente sucede con los demás sentidos.  De hecho, si fuéramos conscientes de todos los estímulos que entran en nuestro cerebro constantemente a través de nuestros sentidos, si todos esos impulsos eléctricos no fueran filtrados por el programa de preferencias personales, nos volveríamos locos ante la inmensa cantidad de datos que nos resultaría imposible asimilar.

Esta selección de datos comienza a realizarse en el cerebro en la infancia, ya desde niños se nos inculcan las principales preferencias culturales correspondientes a la sociedad en la que nacemos.  Aprendemos primero procesando patrones sencillos y luego vamos añadiéndoles complejidades, como si fuéramos componiendo las piezas de un puzzle.  Nuestro cerebro moldea nuestra percepción a través de patrones a los que va añadiendo datos a lo largo de la vida.  En realidad, cuando vemos algo, no lo vemos tal y como es, sino que vemos el pasado de ese algo, modificado con los matices actuales.  Los datos procesados de los sentidos que llegan a la corteza cerebral buscan donde encajar, como si de recomponer un puzzle se tratara, y terminan en el patrón de la memoria donde mejor se acoplan; de esta forma no llega a nuestra conciencia lo que vemos en el momento, vemos nuestras experiencias pasadas ampliadas por el estímulo actual.

Si la cultura en la que nacemos nos proporciona los patrones más importantes, serán después las preferencias del individuo las que desarrollen más unos patrones u otros, e incluso se pueden llegar a crear otros nuevos partiendo de cero.  El cerebro pone su capacidad operativa a disposición de los intereses o preferencias de los individuos, utilizando grandes zonas de su materia gris para los temas que más nos interesan y para los sentidos que más utilizamos, y dedica menos materia gris a lo que menos nos importa.  Tenemos, por ejemplo, a los aficionados a la música, con un elevado número de neuronas dedicadas a procesar lo que les llega al cerebro a través del sentido del oído; y entre esas personas las habrá adiestradas desde niños, probablemente genios de la interpretación; sin embargo, tendremos otras personas adultas que, sin haber recibido educación musical en la infancia, partiendo de cero, han ido poco a poco entrando en el mundo de la música, obligando a su cerebro a crear dentro de sí un nuevo puzzle de procesamiento de datos musicales y a desarrollarlo.  Por consiguiente, somos muy capaces de cambiar nuestros patrones heredados de aprendizaje, con lo que cambiaremos también la visión del mundo en el que vivimos.

Una sociedad se compone de individuos que tienen en sus mentes unos programas de selección de preferencias más o menos semejantes, ya que ésta es una condición indispensable para una fluida comunicación entre ellos.  Cuando algunos individuos desarrollan más que los demás alguna preferencia, llegan a formarse grupos elitistas que alcanzan un nivel de incomunicación con la gran masa en proporción al grado de intensidad con que vivan su especialización.  Pero si unos individuos deciden cambiar los principales valores de sus mentes, patrones básicos de la sociedad en la que viven, dificultarán gravemente la fluidez de la comunicación entre ellos y el mundo que los rodea, quedarán excluidos de la sociedad a la que pertenecen y, probablemente, formarán otra compuesta por las personas que han realizado esos mismos importantes cambios en sus mentes y tienen una visión del mundo semejante.  Este es el caso de las sectas.

En nuestra sociedad se permiten grandes libertades, pero siempre dentro del marco o esquema general básico indispensable para una fluida comunicación entre los individuos.  Si alguien se sale demasiado de este mapa, queda excluido de nuestra colectividad. 

Es de urgente necesidad reconocer este hecho e intentar remediarlo para evitar el desmembramiento de nuestra sociedad.  Puede parecer que necesitaremos hacer un esfuerzo extraordinario para acercarnos a comprender a todos aquellos que se nos alejan demasiado, pero quizás no sea así; probablemente, con sólo desperezar nuestra forma de comunicarnos sea suficiente para entender a quienes ven el mundo de forma muy diferente a nosotros.  No conocemos los límites de nuestro entendimiento ni de nuestro cerebro, el intentar comprender a aquellos individuos o grupos que abandonaron los esquemas básicos de nuestra cultura buscando opciones de vida alternativas, en vez de descalificarlos con el contundente calificativo peyorativo de sectarios, puede crear una nueva forma de comunicación “para largas distancias” que integre en nuestra sociedad a quienes se alejaron demasiado de ella.  Despreciarlos por distintos es una forma de racismo intolerable para el hombre auténticamente civilizado.  Nuestro mundo, el mundo que vemos nosotros, no es tan modélico como para erigirlo por encima del mundo que viven los miembros de las sectas; de hecho, aquí vivimos errores y barbaridades muy parecidas a las que vemos en las sectas, pero nos sucede que no las vemos o nos hemos acostumbrado a ellas. 

Uno de los mayores atrevimientos que me permito en este texto es el de considerar a nuestro mundo civilizado como una forma de vivir semejante a la de las tan criticadas sectas.  Si observamos nuestra intolerancia intelectual, los cerrados esquemas culturales que habitualmente nos obligamos a adoptar para integrarnos socialmente, podemos considerar a nuestra sociedad actual como la autentica secta dominante, con su visión personal del mundo tan llena rituales sociales, de fantasías, hermetismo, fanatismos y engaños, como los que habitualmente vemos que suceden en las sectas.  Nuestra visión personalizada y colectivizada de la vida, al igual que sucede en las sectas, nos impide ver nuestros errores, y, por lo tanto, el corregirlos.  Vemos la paja del ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro.

Una actitud comprensiva reduciría el diálogo de sordos que existe entre nuestra sociedad y las sectas más distantes de nosotros.  El muro de incomunicación que nos aparta de ellas habrá de ser derruido si no queremos correr el peligro de desmembrar seriamente nuestra sociedad.  No podemos seguir luchando contra lo evidente, ni expulsar de nuestro lado a quienes tienen una visión del mundo diferente de nosotros; esto, además de no ser civilizado, es incluso peligroso.  La guerra entre las sectas y la sociedad dominante ya nos ha dado bastantes disgustos como para no emprender un armisticio.  No tenemos derecho alguno de tratar como a un enemigo a todo aquel que se atreve a experimentar otras formas de vivir y de ver la vida.  Sería muy recomendable incluso aprovecharnos culturalmente de esas diferentes visiones de la realidad, pues pueden aportarnos diversos enfoques del mundo y de la vida que enriquecerían nuestra conciencia.  Es mucho mejor abrirnos voluntariamente a un intercambio cultural, porque involuntariamente ya lo estamos haciendo.  Las personas sectarias viven entre nosotros, y, lo queramos no, el intercambio cultural es inevitable.  En unos casos para llenarnos de preocupaciones negativas, contagiados por los agoreros apocalípticos, y, en otros casos, influenciados por sus sugestivos entusiasmos.

No creo equivocarme si afirmo que la ya famosa “visión positiva” de la vida nació en las incubadoras sectarias para más tarde contagiar a toda nuestra sociedad.  Ya es de dominio público que la forma de ver la vida tiene una gran importancia para la felicidad del  ser humano.  Últimamente se está poniendo gran empeño en la necesidad de tener una visión positiva de la vida para ser feliz.  El “pensamiento positivo” se ha hecho muy popular.

Una visión entusiasta ante la vida puede hacer que el programa de selección de preferencias de nuestro cerebro filtre los datos que le llegan de los sentidos y nos muestre un espectáculo de un mundo feliz.  Observar el mundo en positivo nos puede ayudar a ser más felices, pero hasta cierto punto.  Si las circunstancias de la vida se nos ennegrecen demasiado, si a través de la vista vemos un gran sufrimiento, violencia y muerte; a través del tacto sentimos grandes dolores y enfermedades, etc., ardua labor de selección estaremos imponiendo a nuestro cerebro para que continúe mostrándonos un mundo feliz.

Muchas sectas obtienen su visión del mundo inducidas por sus maestros, doctrinas, moralidades, o sus escrituras sagradas particulares.  Mediante la fe en ellas programan su particular mapa de preferencias y obtienen una visión del mundo diferente a nosotros.  Pero nuestra mente difícilmente puede ofrecernos una visión positiva de una realidad negativa o viceversa.  El programa de selección de preferencias puede filtrarnos ciertas realidades que no deseemos ver, pero, si todo lo que entra por nuestros ojos está lleno de esas realidades, tarde o temprano habremos de modificar el programa de selección de preferencias para adecuarlo a la realidad que recibimos por nuestros sentidos.

Ahora bien, cuando observamos a algunos miembros de sectas que parecen vivir en otro mundo muy diferente al nuestro, nos preguntamos cómo es posible que personas aparentemente normales puedan llegar a semejante grado de sugestión como para comportarse en contra de toda lógica y mantener esa postura durante tanto tiempo.  Sus actividades y posturas ante la vida nos hacen sospechar que no puede ser solamente su programa de selección de preferencias los que les dan una visión de mundo tan diferente a nosotros, sino que hay algo más.  Y así es: lo que principalmente les empuja a tomar esas actitudes tan extrañas, y tan diferentes a las nuestras, no son exclusivamente las sugestiones, sino las percepciones extraordinarias que les llegan a través de los sentidos.

Estamos hablando de las percepciones extrasensoriales.  

 

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